viernes, 14 de marzo de 2014

La ausencia. La distancia.

Quizás no sepamos valorar la suerte que tenemos al vivir en la Ciudad (1), la suerte de vivir, o tener la posibilidad de experimentar esa vivencia, de estar en determinado momento y lugar. O de no estar. Cada uno de nosotros tenemos en nuestro imaginario y en nuestra memoria una recreación perfecta de una Sevilla sublimada, anclada y fija en un pasado, en una experiencia, en una idea que pretendemos revivir, que se repita una y otra vez, en un sueño del que hemos construido un mundo idealizado en Sevilla y de Sevilla. A veces aquello que nos enamora o que nos enamoró, y lo sigue haciendo, fue solo un breve instante en el tiempo, apenas un segundo que se quedó fijado para siempre en nuestra retina. En otras, creo que puede ser mi caso, llevamos las maletas de la memoria llenas de esos sueños, pero a la misma vez nunca terminamos de llenarlas por más que continuamente sigamos echando más y más carga en ellas. E incluso no es tanto el peso de lo que llevamos ya en la maleta lo más importante, sino el convencimiento de que es aún mejor lo que queda por vivir.
Que Sevilla tiene, o nos parece que tiene, algo que cautiva se habrá dicho miles de veces. Y las que aún quedan. A veces se ha dicho de forma sublime, otras de forma ripiosa. Pero de todo puede que lo que más contribuya a crear ese halo de embrujo, esa fascinación casi hipnótica hacia la Ciudad, de todo, posiblemente la ausencia, la ausencia que la distancia llega a hacer insoportable, sea lo más terriblemente amargo, amargo y dulce a un tiempo, que contribuya a esta desesperación con la que vivimos a veces esta relación. En palabras de Umberto Eco, "en un sistema estructurado, cada elemento vale cuanto no es el otro o los otros que, al evocarlos, los excluye". Sevilla nos parece más Sevilla, nos duele seguramente más cuando no la tenemos o cuando creemos no tenerla. Abundando en las palabras de Eco podemos leer en uno de sus textos "la ausencia oposicional vale solamente en presencia de una presencia que la hace evidente".
Y es que cuando Sevilla nos falta, cuando estamos lejos o incluso cuando estamos en la Ciudad pero nos parece que no la sentimos, en ese momento preciso es cuando sentimos más profundamente esa ausencia. Si extrapoláramos el pensamiento de Trubetzkoy y el concepto de 'oposiciones privativas', el fenómeno de ausencia-presencia, a veces gradual, otras estrictamente privativa, esa ausencia de la Ciudad en nosotros, en nuestro día a día, es lo que nos duele. Es como un enamorado que siente la distancia de la amada, de un amor que se fue, de un amor que no termina de llegar, aunque esté convencido de que existe pero que no termina de estar presente. Es presencia versus ausencia como decíamos. Hasta el silencio contribuye a ello, la ausencia de palabra a veces es tan elocuente como el más extenso de los textos.
El silencio puede llegar a decirlo todo a veces, como si de un silencio teatral se tratara, el silencio a veces es capaz de expresar tanto o más que la palabra, de forma rotunda, hasta connotando más significados incluso que si pretendiéramos verbalizar lo que queremos expresar. Y es que el silencio es en si un acto de lenguaje que puede llegar a expresar aún más plenamente esa idea de ausencia, quizás si queremos por duplicado, con ese sentimiento de ausencia y la ausencia de la palabra a un tiempo, que dramatiza más aún la espera del encuentro con la Ciudad. Y es que en esas horas en las que uno espera la llegada de la Ciudad deseada, en esas horas hasta el tic tac del reloj parece audible y enfatiza ese momento de dramatismo teatral en los que uno espera ansioso la llegada del momento del reencuentro. Y en esa espera estamos ahora. Sabemos que el momento del reencuentro está próximo a llegar, es inminente y sentimos que ya nada lo puede detener. Es ahora cuando se nos aceleran las pulsaciones aunque no queramos que se nos aceleren. Y es que en Sevilla tenemos la dicha, no es privilegio privativo nuestro ni mucho menos, de que a través de los sentidos podemos llegar a lo trascendente, a ese algo más allá de lo sensorial, lo inefable, lo que algunas veces no podemos expresar con palabras aunque tengamos meridianamente claro su significado. Pero incluso así, aunque sepamos que el momento esté próximo a llegar, nos sentimos sumidos en un proceso que supone una agonía en la indeterminación de la espera. Como digo otras veces, como dije hace casi un año, y no son mías las palabras, 'es tan bella la espera que no quiero que llegue, solo quiero verla llegar'.
 - (1) Aunque no sea correcto desde el el punto de vista ortográfico, me tomo la licencia, poética digamos, de escribir 'Ciudad' en mayúsculas, ya que en mi opinión Sevilla tiene entidad de persona, de mujer para algunos,  para mí,  única e irrepetible.
- La foto es del año 1983 y muestra la ausencia en el cortejo de Los Estudiantes del paso del Cristo de la Buena Muerte. Foto tomada de www.abcdesevilla.es