lunes, 16 de septiembre de 2013

El Beso en el Talón

La vida de las cofradías, la vida de la Ciudad, la vida de los sevillanos se entrecruza de manera natural de generación en generación. Si existe algún tipo de frontera puede que no la podamos distinguir. Es más, puede incluso que no haya separación alguna. Para nosotros, los sevillanos, y ser sevillano es algo más que haber nacido en esta tierra, es un estado del alma, una forma de entender la vida, quizás derramadamente derrotista en la plenitud de esta Ciudad que puede que brille más que nada, y quizás solo, en esa ciudad idealizada, ensoñada y anclada en un pasado ya dejado muy atrás en el tiempo, nuestra vida y la vida de nuestra cofradía, de nuestra devoción, es solo una. Sevilla, que a veces más que ciudad y capital parece pueblo y barrio porque seguramente lo sea. Sevilla, que a veces parece que le venga grande el crecimiento experimentado, que no ha sabido asimilarlo, prefiere seguir mirando hacia dentro de las viejas murallas y pretende ignorar las nuevas barriadas y polígonos industriales. Sevilla es pueblo y Sevilla es barrio, sus vecinos y sus gentes. Y a veces los vecinos son la familia tanto o más que la que lleva nuestra sangre. Y cuando el camino se nos hace duro, cuando necesitamos una mano que nos dé calor, un hombro en el que apoyarnos, en ellos encontramos ese consuelo. Y entre esos vecinos el sevillano no hace distingos, vecinos son los que viven en su barrio. Y qué mejor vecina para echar una mano que una mujer llamada Esperanza y que vive junto a un arco, o su tocaya que vive en la calle Pureza. O Aquel que lleva por nombre Salud y vive en el antiguo arrabal artillero y torero de San Bernardo, la salud que demandan los enfermos. O Ella que en su Amargura es el más dulce bálsamo para los males del cuerpo y el alma. Pero de todos los vecinos de Sevilla, de todos ellos, el que más sabe de problemas y penas, el que ha escuchado seguramente más historias que hemos ido a contarle, vive en San Lorenzo. A veces impone hablar con Él, aunque ahora rejuvenecido desde hace unos años, muchos recordamos su rostro de Divino Leproso, rostro que refleja la dureza y el dolor y al mismo tiempo, la ternura y el sosiego del que en Sus Divinas Manos atesora el poder y la fuerza de un Dios que es hombre hecho madera en San Lorenzo. Los que tenemos recuerdo de visitar su casa casi cada viernes, de recibir junto al corazón una breve cinta morada que era la mejor de las condecoraciones posibles, de ser testigos silentes de plegarias y oraciones, de cómo las vecinas del barrio acudían con hábito morado y cordón dorado, algunas hablándole entre lágrimas, otras casi riñéndole como a un hijo, un río humano que llega a Él por Conde de Barajas, por la antigua calle Capuchinas, que son las santas mujeres que acogieron al Hombre de la poderosa zancada durante unos meses, por la calle Eslava... Es el vecino que vela las noches de hospital en las cabeceras de las camas, porque Él siempre está de guardia aunque no nos demos cuenta. Es el Hombre que llevamos en la cartera en una estampa de bordes desgastados y con el color casi difuminado que sin darnos cuenta nos insufla aliento y fuerza. Es el que preside el cabecero de muchos dormitorios, el que está en un cuadro en el salón de nuestras casas, el que día a día ve cómo transcurre nuestra vida desde un almanaque en la pared de la cocina. O puede que pasemos por una calle y casi sin darnos cuenta nos lo crucemos en un azulejo en la pared. Quizás apenas le veamos, pero Él seguro que sí lo hizo. Él carga en ese madero con todas las culpas del mundo y parece que no le pesan, con su poderosa zancada, con su tremenda fuerza, casi arrogante, como cuando camina por Sevilla en la Madrugá. Habrá quien diga que caemos en la idolatría, que estamos confundidos, que hemos perdido el norte. Qué equivocados están los que así piensan. Nada más lejos de la realidad. El sevillano sabe perfectamente que el verdadero Dios es el que habita en el sagrario, Dios Sacramentado. Pero en Sevilla para llegar a Dios nada mejor que hacerlo a través de lo sensorial, de los sentidos, de la emoción. Cuando tienes a alguien que te ha enseñado desde pequeño a llegar a Dios a través de un breve beso en un talón puedes sentirte feliz porque esa persona ha obrado en ti cosas extraordinarias que jamás podrás llegar a agradecerle.
La foto aparece en la WEB Todocolección