miércoles, 26 de septiembre de 2012

No perdamos la perspectiva...

"No perdamos la perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante". Así comienza Camilo José Cela su novela 'La Colmena' (Buenos Aires 1945/46). La que habla es Doña Rosa, que regenta un café donde se reune parte de la sociedad literaria de Madrid. Cela que siempre estuvo atento a los movimientos y tendencias de las nuevas técnicas narrativas y corrientes filosóficas desarrolla aquí lo que algunos han definido como un collage, una serie de retratos-fotografías del Madrid de posguerra. La técnica narrativa usada ha sido descrita como narración múltiple en tiempo simultáneo, quizás Cela debió haber leído 'Manhattan Transfer' (aunque esta abarque un lapso temporal mayor) de John Dos Passos para asimilar la técnica narrativa que este ya había usado previamente en esa novela pero en cualquier caso esta forma de estructurar las historias estuvo bastante influenciada por las propias técnicas narrativas de la industria del cine que en aquellos años desarrollaba un incipiente e importante despegue. De cualquier manera, La Colmena constituye un ejemplo paradigmático de lo que es una novela coral donde múltiples personajes aparecen en ocasiones a veces casi episódicas, pero que sirven para esbozar un retrato de una época o unos acontecimientos, en este caso el Madrid de postguerra que podemos ampliar a la totalidad de España. En La Colmena, exceptuando quizás el personaje de Martín Marco, no sé si en este caso proyecta Cela algo de autobiográfico en él e inconscientemente le infiera una preeminencia no ideada, posiblemente ningún personaje destaca sobre los demás. No hay ninguno que estando fuera de la acción narrativa en ese momento esté sin embargo presente incluso así, nadie es protagonista 'per se', sino supeditado a la finalidad descriptiva del paisaje urbano y sobre todo social que se desarrolla. No hay un argumento cerrado y carece de desenlace, es una novela al servicio de la acción, como hemos dicho, descriptiva de una época. Solo cada personaje se convierte en protagonista, en ocasiones casi episódico, en la medida en la que temporalmente aparece y desaparece de la acción narrativa.
Al igual que esta, otras obras de la literatura contemporánea española como 'Los Santos Inocentes' de Miguel Delibes adoptan este tipo de narración que beben igualmente de la corriente filosófica perspectivista desarrollada por Nietzsche y que en España y en esa época tuvo su máximo valedor en Ortega y Gasset. No podemos establecer una realidad absoluta y hay que tener en cuenta la totalidad de las perspectivas, mi verdad es válida para mi pero a la vez convive con la verdad de cada uno de los otros individuos que se acercan a la realidad.
Estamos ahora en Sevilla en una noche de Abril en un cruce de calles cualquiera donde se halla detenido un palio que no podemos distinguir por aquello de que, como le ocurre a los foráneos, todos los palios nos parecen hoy el mismo. El capataz, que de esto ya tiene experiencia, quería parar el palio antes de llegar al cruce, que luego las corrientes de viento que corre en estas calles estrechas son muy traicioneras. Traicioneras y con malas intenciones como un cinqueño 'toreao' y te apagan media candelería en un plis plas. A él, al capataz, casi le da igual la candelería, pero le incordia que luego le hagan parar cada dos por tres el paso y hacer las paradas más largas para encender y luego hay que andar más deprisa, y él, el capataz, 'rara avis', ante todo quiere mirar por sus hombres. Pero el fiscal de paso, y es la tercera vez que se lo hace esta tarde, no le ha hecho ni caso, ha mandado que el paso avance unos metros más y todo para dejarlo arriado justo delante de donde esperaba un compromiso que él desde la delantera del paso, pavoneándose, ha acertado a ver. Y así lleva toda la tarde, intentando ver con antelación a todo conocido y personajillo por conocer para dejarse ver como fiscal del palio, parándole el palio a su antojo esperando recibir como pago por el gesto unos réditos en su vida particular y profesional que nunca recibirá. Unos metros más adelante, precediendo a la presidencia y ante-presidencia, no menos de cuarenta monaguillos con sus correspondientes padres y un par de paveros que por mucho que se afanan no dan abasto para controlar a los pequeños (y a los padres menos aún), y que desde bastante antes de la Campana no les cuadran las cuentas del número de monaguillos con la lista que les dio el Diputado Mayor porque los padres los sacan cuando les viene en gana ajenos a las instrucciones que ellos les dieron.
El pertiguero se debate entre esforzarse en llevar a sus acólitos perfectamente formados, que los ciriales vayan encendidos y a la par dejarse ver en ese puesto de privilegio de los pocos de la cofradía a cara descubierta. Ser pertiguero del palio es un privilegio que ha sacado a gala entre todos sus amigos de grupos jóvenes de otras hermandades y hoy hay que demostrarlo. Casi no lo ha mencionado, ha preferido obviarlo, pero va de pertiguero porque a quien le correspondía por antigüedad en el cuerpo de acólitos ha entrado en la cuadrilla del palio. Ha entrado de 'pico', ya sabía que cuando el listero repartiera los trabajos él no iba a tener relevos propios. Pero ha entrado, que era lo importante. Ya la cofradía va de recogida y apenas sí se ha metido unas pocas chicotás de las que se dicen de hacer metros. Da igual. Lo que contaba era entrar. Lleva casi toda la tarde delante del paso porque debajo se ha metido realmente poco. Además se ha relacionado no mucho con los compañeros de cuadrilla, mitad por poca confianza, la vergüenza y que es el novato, todo hay que decirlo, siendo nuevo en la cuadrilla llegó a la igualá 'de listillo', solo había sacado antes un paso pequeño de gloria pero la actitud arrogante de que 'todo lo sé' no ha sentado bien entre los antiguos de la cuadrilla que también creen saberlo todo y eso le ha pesado para integrarse. Realmente ha entrado aunque sea así, de esa manera, aún sin haber hueco, como otros, porque es sobrino del Teniente de Hermano Mayor. Apenas sí le han dado algún relevo, ya de hecho la cuadrilla va doble y solo en su palo hay dos picos más aparte de él para repartirse los trabajos que los antiguos no quieren. Pero bueno, así disfruta del palio aunque sea a costa de una tortícolis porque para poder ver algo tiene que hacer un escorzo bastante pronunciado ya que la visera del costal le tapa prácticamente la vista, incluso por debajo de la frontera de la cavidad ocular, muy por debajo de los ojos. La ropa se la ha comprado a uno que tiene fama haciendo costales, ya tiene página web y etiqueta los que vende con el nombre de un insecto: "Costales el Tabarrito". El que lleva lo ha comprado en exclusiva, es de saco de café (no sabría yo decir si Catunambú o Saimaza), y la tela tiene unas listas con unos colores que según le ha dicho no habrá otro igual junto con unos calcetines con la bandera de España y las cañas del pantalón a la altura de las rodillas. Como decíamos lleva toda la tarde acompañando al palio, entre acólitos, cangrejeros, penitentes 'por lo civil' y los hermanos acreditados de seguridad de la hermandad.
Lo de los penitentes 'por lo civil' lo diremos de aquellos hermanos de la cofradía que prefieren no vestir la túnica, algunos con su papeleta de sitio en el bolsillo, prefieren cangrejear, co-presidir la cofradía sin vara que llevarse a la mano, realizar labores de diputado espontáneo,..., en lugar de vestir el hábito de la hermandad. Que se les pueda ver en medio del cotarro enchaquetados, encorbatados,enmedallados y con su escudo de solapa bien visible. Hoy es día para usar 'Patrico' hasta decir basta sobre sus menguadas melenas. En ocasiones este tramo apócrifo de la cofradía lo conforman 'indignados' del seno de la hermandad, antiguos hermanos mayores y miembros de junta, otros hermanos mayores y miembros de otras juntas que nunca fueron porque perdieron aquellas elecciones que según ellos estaban amañadas, y otras faunas y especies diversas.
¡Ah!, y el cuerpo de seguridad, que no se nos olvide. La mayor parte formado por asiduos, al menos relativamente, a la hermandad muchos de los cuales no han encontrado hueco en la cofradía en el puesto que deseaban y esto palia en parte esa desilusión. Una suerte de guardia pretoriana que cree que entres sus indefinidas atribuciones entra poder empujar a gusto a público, nazarenos y hermanos, e incluso cuerpos de seguridad oficiales. Nada como una acreditación colgada del bolsillo de la americana, si dispone de pinganillo mejor que mejor, para proyectar en este día merced al cargo ostentado las frustraciones de la vida diaria, haciendo buena la máxima tan sevillana de "si quieres conocer a fulanito, dale un carguito".
A todo esto el paso está a punto de levantar, ya el capataz ha llamado a sus hombres después de unos minutos de descanso en los que se ha intentado encender esa candelería, pero como dicen los de la caña "en el cruce de calles es imposible" y no han podido volver a encender más de seis o siete velas. La gente mientras se ha asomado para ver entre el asombro y el ensimismamiento lo poco que se puede ver con los faldones levantados mientras el 'aguaor' ha ido dando de beber a la cuadrilla. A muchos les parece este mundo de los costaleros un mundo desconocido, casi arcano, un mundo de héroes que realizan un esfuerzo increíble. Y es eso: increíble. Increíble cómo han cambiado esto, pues hubo otro tiempo en los que la imagen del costalero no tenía ese halo casi mitómano al que ha devenido, muy al contrario, eran denostados por el mundo cofrade. Antes hacían un mayor esfuerzo que no era elevado a la categoría de proeza o heroicidad en muchos caso con un solo relevo, o sin este incluso, y durante toda la semana. Ahora realizando menos esfuerzo se les aúpa a un nivel superior. Llama el capataz a uno de los pateros de atrás y este aprovecha para dedicar su enésima 'levantá' en lo que va de tarde copando su pequeña parcela de protagonismo. Pareciera que lleva preparadas esas dedicatorias escritas por las mejores plumas de la literatura, pura poesía. O puro ripio, que para gustos los colores. Y el paso se levanta y al cimbreo de candelería y varales se une un grito casi estertóreo e indisimulado, más bien intencionadamente acentuado, que viene de las entrañas del paso proferido por los miembros de la cuadrilla como consecuencia del esfuerzo.
Nada más levantar el paso, y como estaba dispuesto, sin mediar tambor, ha empezado a sonar una marcha de estas de nuevas tendencias estilísticas, a medio camino entre el flamenco-pop y las más variadas composiciones verbeneras-feriantes. Pero al mismo tiempo desde un balcón cercano un cantaor ha empezado una saeta. Esto es una de las peores cosas que le puede suceder a un cantaor en la tesitura de cantar una saeta, que al arrancarse la banda inicie los acordes de una marcha. A los sones de la marcha y el arranque del cantaor se une una mezcla casi pareja de voces de desaprobación, no se sabe si contra el cantaor o contra la banda, y expresiones de mofa del público que allí se encuentra. El público ya no atiende a la Virgen ni al paso, está más pendiente de ese duelo entre banda y cantaor que no lleva a ninguna parte pero que sirve de motivo para escarnio de uno y otros. Finalmente el cantaor desiste de su intento esperando una mejor ocasión. Nada más entrar al interior de la casa las palmadas de su séquito que le ha acompañado a este compromiso. El cantaor estaba contratado por la hermandad para cantar esta saeta y otra al Cristo. Además de que ha llegado tarde a cantarle al Cristo, ahora no ha podido terminar su labor. Le aseguraron que el paso pararía justo antes de la esquina y que justo en ese momento debía acometer su interpretación. Así le indicaron el Hermano Mayor y el Mayordomo. Pero como hemos visto el paso lo han parado en la confluencia de las calles por capricho del Fiscal de Paso. Ya el cantaor no tenía claro lo que debía hacer. El Hermano Mayor ya ha echado varias miradas inquisidoras hacia el balcón y mientras el cantaor comenta que cómo le va a pedir al Mayordomo que le pague después de lo sucedido, el séquito le anima a reclamar lo que es suyo argumentando que la culpa no la ha tenido él. A ver cómo acaba la cosa.
Mientras el paso avanza y justo cuando emboca la siguiente calle hay que pasar un pequeño tramo muy estrecho a causa de balcones y farolas que angostan el paso de la calle. Y ahí se tiene que ver la pericia del capataz. Hay gente que se ha agolpado en ese sitio y que lleva ahí desde hace más de dos horas solo para ver ese momento. El año pasado lo vieron y disfrutaron tanto que llevan toda la cuaresma soñando con revivir ese momento. El paso avanza y una multitud 'cangrejea' delante del mismo. En esas que dos miembros del cuerpo de seguridad de la hermandad, sí, esos con pinganillo y acreditación colgada del bolsillo de la chaqueta, empiezan a empujar a los de esa fila a la voz de "señores, avancen, aquí no pueden estar que el paso no cabe". Nuestro grupo de amigos piensa "si estamos en la misma loseta en la que estuvimos el año pasado, la calle es la misma y el paso no lo han agrandado, ¿cómo no va a caber?".Sus intentos de permanecer en el sitio son infructuosos y tienen que agregarse al grupo 'cangrejeador' para mientras avanzan junto con los miembros de esa seguridad ver que su lugar es ocupado por otros que venían en la bulla y constatar que allí sí se cabía. Visto lo visto empiezan una disputa dialéctica con la seguridad que acapara la atención de los que van en esa bulla. Pero mientras el paso sigue avanzando y llega el momento de la estrechez, el momento de la cuadrilla, pero sobre todo del capataz.
La estrechez existe, eso no se puede negar, pero al momento hay que darle mayor emoción de la que quizás requiera técnicamente en aras de una mayor lucidez emotiva. La hermandad lo quiere así y a él, al capataz, le sirve para lucimiento propio. Es como ese portero de fútbol que tiene una parada razonablemente fácil pero que se adorna con una palomita para buscar la ovación del respetable. Además el momento se hace coincidir justo con el trío de la marcha, una marcha que tiene un solo de trompeta muy llamativo y aflamencado, con un soniquete muy parecido a una rumba bastante conocida. La marcha la ha compuesto un cantante de sevillanas y rumbas precisamente. Bueno, él ha dispuesto la melodía, pero la armonización y las partituras las ha tenido que delegar en un músico profesional con no pocos arreglos melódicos para que medio pudiera interpretarse. Pero este ni aparece en el disco ni como colaborador siquiera. El caso es que al trompeta que hace el solo le encanta lucirse con esta marcha. Antes tocaba la corneta en una de las mejores bandas de cornetas y tambores, pero lleva un par de años en esta banda, aún no lee todo lo correctamente que fuera de desear una partitura, pero tiene unas dotes interpretativas envidiables y por eso está ahí, para interpretar ese tipo de solo.
El capataz da las voces de mando dramatizando en exceso, impostando al máximo la voz con una actitud quizás excesivamente artificial, sobreactuando, pero muy efectista, de eso no hay duda. A la misma vez uno de los pateros de delante jalea las órdenes del capataz y alaba las virtudes de este, reales e imaginarias. Pero no es extraño. El que va de patero con toda seguridad es uno de los peores peones de la cuadrilla. El sitio se lo ha ganado a base de convidás al capataz y contraguías a los que sigue a todo evento y hermandad en la que son requeridos y cumple casi las funciones de los bardos que alababan en las cortes medievales las virtudes ciertas o no de su señor. Bueno, el bardo o el bufón, ¿quién sabe?. Y es de bien nacidos ser agradecidos, como agradecido también es el estómago del capataz con las convidás..., y ahí que va de patero el hombre. Entre alabanzas y felicitaciones el patero se ha llamado más largo de lo requerido y los varales han tropezado ostensiblemente contra el balcón. Mientras el capataz intenta mitigar el contratiempo y evitar magnificarlo a la voz de "seguimos igual", el patero nada más que hace repetir que él no se ha llamado y que solo se llama él y nadie más, descargando culpas en los otros costaleros. Algo muy típico, personificar en uno mismo y hacer propios los méritos de la cuadrilla y colectivizar e incluso enajenar de uno los errores. Como decíamos, algo muy típico. Algo muy humano.
Mientras el paso sigue avanzando con la marcha, el Hermano Mayor no cabe en si de gozo y se vanagloria de cómo va la cofradía marchando a la vuelta, no sabemos si porque no ha visto los numerosos cortes que llevan los tramos o si aún conociendo ese detalle prefiere obviarlos. El Fiscal de Paso sigue saludando a propios y extraños acercándose a estrechar sus manos, al igual que lo hace el pertiguero pero este con esa tan sevillana salutación que se da entre los integrantes de una procesión que van a cara descubierta como es el leve cabezazo para a la par que mostrar el gozo de encontrar a alguien conocido, pero sobre todo el gozo de ser visto, ese hacerse notar en tan memorable trance. El costalero que va de pico sigue en la delantera del paso sin separarse de este y creyendo subjetivamente que eso le hace participar del esfuerzo de los que van debajo. Ahora que empieza a despejarse la bulla el saetero acaba de salir de la casa y se dirige a la bodeguita que hay unos metros más adelante para tomar una manzanilla que le temple la garganta mientras alguien que va por la calle se le acerca y le dice que ha estado muy bien. Al saetero ya se le ha olvidado que la actuación ha sido prácticamente inexistente, como para no recordar, y agradece orgulloso el halago. Quizás cuando llegue a casa dude de si lo dicho ha sido más guasa que otra cosa, pero ahora mismo no repara en ello. La gente aún celebra el solo del trompeta de la banda mientras los paveros ya casi dan por misión imposible el controlar su tramo, casi más por los padres que por los niños. Pasan los candelabros de cola, los manigueteros, luego esos nazarenos con la extraña función de "escoltas de manto", varios hermanos y hermanas de promesa, el Fiscal de Banda, la banda con su trompeta solista, el de la escalera, el del carrito,..., mientras el paso se va alejando a golpe de tambor adentrándose en la oscuridad de la calle apenas iluminada.
Esta escena descrita con un estilo deslabazado, casi ingenuo, es solo una excusa para hacer notar cómo por la Semana Santa pasan o, mejor dicho, pululan, no sé si es la expresión más acertada pero quizás sí recoge etimológicamente las connotaciones que me gustaría recalcar, infinidad de personas y personajes que conforman el elenco que da vida a esta fiesta de la ciudad, a esta obra de teatro que se representa anualmente. La Semana Santa es al igual que decíamos de 'La Colmena', una obra coral por la que pasan multitud de personajes que carecen de protagonismo propio. O mejor dicho, su protagonismo es efímero, pasajero. Quizás dura solo unos momentos, unos minutos. Cuando el tío de la caña enciende la candelería el público atiende absorta la demostración de su pericia en el cometido. Al pasar el tramo de los monaguillos, ese protagonismo se lo llevan esencialmente los pequeños, a veces los desesperados paveros, pero son los padres que orgullosos de su progenie, continuando la tradición para con la hermandad de la familia, en su fuero interno se sienten protagonistas de la escena aunque sea solo en su subconsciente.
El fiscal, el Hermano Mayor, el pertiguero, incluso el que felicita al saetero con no poca guasa seguramente por una especie de apuesta con los amigos... Todos en algún momento se convierten en protagonistas de la procesión. Colectivos que han alcanzado ese protagonismo incluso más allá del momento de la procesión como son las bandas de música, especialmente las de cornetas y tambores, y los capataces y costaleros y que seguramente alcanzan ese protagonismo incluso fuera de la Semana Santa de forma errónea suscitando un movimiento de seguidores que parece incluso bastante alejado de cualquier requerimiento religioso, semejando más una moda o el seguimiento de fans de un grupo de música o un actor famoso.
Hablábamos de perspectiva, más concretamente de no perderla. No podemos ser ajenos a que este tipo de movimientos, de seguidores, ese protagonismo que diferentes personajes alcanzan momentáneamente,..., hace que de una forma u otra la Semana Santa alcance un auge, una vitalidad que difícilmente alcanzaría de otra forma. Debemos ser conscientes, lo somos, de que la forma y manera de acercarse a la Semana Santa es, debe ser, diversa. Hay muchas maneras de aproximación al fenómeno que supone esta fiesta. No debemos olvidar que la Semana Santa supone la fiesta del pueblo, en este caso del pueblo sevillano. Pretender quedarse en lo estrictamente religioso es irreal, un error. Hay muchas realidades subyacentes y paralelas. La Semana Santa transfigura la ciudad, se erige en herramienta vertebradora de su vida, tiene un carácter utilitario para colectivos, barrios, estamentos sociales o gremios (en otros tiempos en mayor medida) en tanto y en cuanto que se convierte en instrumento de autoafirmación del colectivo en cuestión y de Sevilla como concepto totalitario e identitario. Quedarse en una pretendida ortodoxia de la fiesta y querer que esta sea una fiesta estríctamente religiosa es, en Sevilla, rechazar una realidad palpable a cada paso que demos. La Semana Santa trasciende lo religioso para incorporarse al psique colectivo de la ciudad cumpliendo diferentes funciones además de la propiamente doctrinal. La realidad de esta 'fiesta total' como ha sido definida por algunos está llena de aristas y prismas, irregulares en la mayoría de los casos y totalmente heterogénea. Hay que estar preparados para aprehender la realidad de la Semana Santa sin prejuicios admitiendo a priori y de salida que deberemos adoptar una perspectiva desde la heterodoxia para poder comprender la realidad de la misma, tanto en lo formal como en lo esencial.
Pero como decíamos no debemos perder la perspectiva. Y puede que en algunos casos lo estemos haciendo. Si bien debemos admitir que no podemos ceñirnos a una visión estrictamente desde lo religioso y doctrinal, tampoco debemos admitir la ausencia total de este aspecto. Convendremos en que la Semana Santa en Sevilla no puede ser una celebración exclusivamente religiosa, pero tampoco hasta el punto que la convirtamos en algo puramente profano y ajeno a la Iglesia. No podemos apartar la religiosidad de la celebración de la fiesta. No hay que olvidar que el origen y motivo primigenio de esta es la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hay que tenerlo siempre presente aunque sea de forma quizás tangencial, puede, pero no exento de esta premisa sin la cual no debe tener sentido o en todo caso habrá perdido el sentido de su origen.
Hablábamos al principio de 'La Colmena' como ejemplo de novela coral. En la Semana Santa como hemos visto puede haber, hay, muchos protagonistas episódicos y fugaces. Pero no debemos olvidar a los que son, aunque el guión pueda parecernos equívoco, los dos protagonistas principales de la narración: Jesús y María. Si perdemos ese punto de vista, si perdemos esa perspectiva, sin duda iremos por el camino equivocado.
La foto corresponde con un fotograma de La Colmena, película de 1982 dirigida por Mario Camus, pero tomada la foto de www.culturamas.es.