sábado, 16 de febrero de 2013

Hartos de estar Hartos

El sentimiento de amargura, de nostalgia, de naufragio sentimental para el sevillano, para el nacido aquí y para el que también lo es de sentimiento, en tanto que no poco de masoquista alberga esto, conlleva en nuestra psique hispalense un carácter hedonista. Y se apodera de nosotros en ese periodo de descompresión que sucede a la Semana Santa. Esas tardes vacías, sin rumbo, esas tardes en las que parece que todo se precipita en un abismo sin fondo y sin medida.
Y de esas tardes hay varias para el sevillano: la tarde del Corpus Christi, la del Día de la Virgen, pero seguro que ninguna como la del Domingo de Resurrección. Por mucho que la emoción llene el coso del Baratillo nunca podrá ser comparable, no es la misma emoción. La Ciudad es la misma, el sevillano es el mismo, pero es una emoción totalmente diferente. Una solo es expectación, la otra va ligada indisolublemente a la vez a la certidumbre de llegar al estremecimiento. Tardes tan hondas para el sevillano como un hondo pozo en el que no atisbamos el fondo.
Como cierta vez leí hay quien bautizó esas tardes de horas muertas, de noctámbula nostalgia, de angustia derramada, como 'tardes-pozo'. Y creo no le falta razón.
Son tardes en las que el sevillano irremisiblemente se ve abocado a una descompresión emocional, a veces con recuerdos en la memoria que no se pudieron vivir porque una traicionera lluvia impidió que así ocurriera o porque quizás no pudimos reproducir ese recuerdo que vive en nuestro corazón como aquella vez que se nos grabó siendo niños.
Esas tardes en que el vacío parece que se precipita sobre nosotros y nosotros en una desidia incluso deseada, intencionada seguramente, y nos dejamos seducir por ese sentimiento agridulce y derrotista, nos mostramos pretendidamente disfrazados de una falsa satisfacción cuando sabemos que solo estamos alimentando parsimoniosamente la nostalgia que nos invade y que nos hará desear durante doce meses el revivir, el perpetuar un rito que sabemos repetimos cada año. Muchas veces tengo esa sensación de descompresión y aunque sé que son tardes extrañas y probablemente anodinas en las que puede que andemos algo perdidos, son tardes en las que creo algunos disfrutamos en el fondo, un disfrute que hace de esta rara sensación un extraño ejercicio de hedonismo al sevillano modo.
Sevilla fue siempre ciudad de fiestas breves y de esperas y nostalgias prolongadas. El tiempo en Sevilla se podría medir con una clepsidra que vamos llenando con las lágrimas de la angustia que esa nostalgia nos hace derramar en días inciertos y casi siempre de manera inconfesa.
Y quizás en eso se base la perpetuación de esta fiesta, en el rito reiterado cada vez que el almanaque marca la primera luna llena de la primavera. Probablemente justo en eso, en aquilatar el rito y la fiesta a través de ese estar deseando y anhelando con una extraña mezcla de amargura y dulzura la espera y la llegada durante todo un año de este tiempo de ensoñación que se nos avecina en unas semanas.
Pero ya no es así, de unos años acá, la espera se difumina, se diluye como una gota de agua en un océano, como un grano de arena en una playa. Perpetuamos la Semana Santa a lo largo del año. Si antes lo hacíamos de una forma emotivamente interna, apenas exteriorizada más allá del aspecto taciturno que en ocasiones nos invade, ahora lo hacemos de manera visible en lo que antes era terreno de la nostalgia.
Las procesiones a lo largo del calendario, unas de las 'cofradías ilegales', otras 'extraordinarias' de las oficiales, repetidos traslados, rosarios y vía crucis de tradición (o creación) en algunas hermandades muy cercana en el tiempo, sin contar las procesiones 'patrocinadas' por Palacio. Tabernas y bares pretendidamente cofrades, pero sin gente de cofradías (qué sinsentido), que intentan recrear un remedo de los días grandes. Antes un concierto de una banda era casi un acontecimiento inusual. Ahora rara es la semana en que no podamos asistir a alguno. Las tiendas de artículos cofrades, antes casi inexistentes, ahora tan cotidianas...
Y uno se plantea si estaremos haciendo algo mal. ¿Desembocará esto en una crisis de la Semana Santa, no ya desde el punto de vista espiritual que ya casi es palpable, sino desde el plano vivencial del sevillano?
Lo que otrora fuera fugaz y efímero en la vida y que se convertía en eterno y perdurable en la memoria del corazón quizás ahora sea un pequeño momento en nuestro corazón y se esté eternizando en la vida de la Ciudad. Cotidianizamos lo que antes era lo extraordinario, la espera que antes tanto soñábamos ya no es tal porque no esperamos nada, lo tenemos al alcance de la vista, del oído, de los sentidos todos y cada uno de los días del año. De los sentidos sí, pero ¿y de la emoción? Esa aprehensión de todo lo cofrade como un vehículo para llegar a la fe a través de la emoción quizás esté desapareciendo en favor de una Semana Santa entendida como afición. Alguien dijo en cierta ocasión algo como que 'es tan bella la espera que no quiero que llegue, solo quiero verla llegar'. Esta hermosa reflexión que parece hecha a la medida de la cuaresma que acabamos de empezar puede que empiece a dejar de tener sentido. Y sí, debe ser verdad que en algún momento del camino nos hayamos equivocado...
El dibujo de Mafalda del gran dibujante Quino en este caso tomado del siguiente enlace

1 comentario:

Triana-Bel dijo...

Qué sensación más peligrosa!, hacer ordinario lo extraordinario es necesitar un poco más de emoción la "siguiente vez". Será cuestión de dosificar?.