miércoles, 6 de abril de 2022

La papeleta de sitio


El camino que separaba nuestra casa de la iglesia era breve. Apenas unos metros. Pero siempre, siempre, me llevabas de la mano. Incluso ya siendo algo más mayor cuando podría parecer que empezaba a tener una edad en la que cualquier niño pretendía ser mayor de lo que realmente era y una absurda vergüenza nos quiere alejar a todos de la protección de nuestros padres solo por pretender ser adulto, ese camino lo hacía de tu mano. Recuerdo entrar en la iglesia y que, aunque íbamos saludando a conocidos y amigos que seguramente veíamos revestidos ya con la túnica y solo de año en año, tu obsesión era ir a rezarle a nuestros titulares. Nervios, emoción y responsabilidad. Sí, responsabilidad transmitida a un niño que sentía la misma responsabilidad que su padre le inculcaba sin necesidad de decir una palabra. Recuerdo ser consciente de la trascendencia del rito que íbamos a cumplir, del rito que antes habían transmitido mis abuelos a mis padres y que mis abuelos habrían aprendido de sus padres mismos.

Recuerdo ir más adelante en la fila, al principio del tramo e ir en las filas con todos mis primos. Mis tíos en la cofradía también, unos con cirio, otros con una canastilla, otros con una vara... Pero todos salíamos. Aquello era, es aún, una cuestión trascendente, una cuestión de tradición familiar aprendida por imitación, transmitida como herencia y, como he dicho, sin necesidad de mediar apenas una palabra sobre lo que ocurría.

Las semanas previas en casa era una sucesión de rituales, una liturgia que no por repetida año a año perdía un ápice de solemnidad y gravedad. Y es que sin duda durante las últimas semanas en casa se respiraba una tensa calma, mantenida, alimentada por la inquietud y el afán por que todo estuviera listo y preparado. Un dobladillo que hacía falta sacar, un capirote que no aparecía o un escudo que había que volver a coser. Limpiar zapatos, comprar caramelos, ir al peluquero los días antes… Pero si había un día crucial en el calendario de esa liturgia ese era el día de ir a por las papeletas.

Llegábamos a la casa de hermandad, aquella casa de hermandad aún pequeña, modesta y humilde. El saludo ceremonioso a muchos hermanos que volvías a ver con una mezcla entre cariño y respeto. Las mismas frases cada año de los secretarios y los mayordomos: ¿cirio niño o cirio hombre? Y esa sonrisa orgullosa que recuerdo en mí aquel primer año que el cirio era mayor que yo mismo. ¿Cristo o Virgen? Y tu respuesta, siempre la misma: en casa somos de la Virgen.

Somos de la Virgen pero sin embargo en el salón la imagen que presidía, la imagen que se veía al entrar en casa era la del Cristo. Y sé que en la familia éramos de la Virgen porque con Ella querían ir poquitos hermanos y “a Ella no se le puede dejar que vaya solita”.

Y todos los años la misma pregunta que creo que hacíamos todos los hermanos de cualquier cofradía al sacar la papeleta de sitio: ¿he bajado muchos números? Y esa sonrisa de felicidad cuando nos decían cuánto habíamos bajado en la lista de la hermandad.

Y mamá, cuando aún no podían salir las mujeres, como muchas madres hicieron y aún hacen, preparaba con amor todo lo que necesitábamos: las túnicas, lavadas y planchadas; la ropa preparada; el almuerzo, listo temprano para que pudiéramos estar a tiempo; la merienda para todos los primos de la familia, en su momento; y al llegar a casa, la cena y a la cama. Muchos no saben del esfuerzo que hacen la madres. y deberían.

Recuerdo cuando ya no podía prepararnos las túnicas aunque sí que las supervisaba y revisaba de la misma manera, ni podía prepararnos la ropa, ni la comida ni la cena y éramos nosotros ahora que ella necesitaba de nuestros cuidados, procurando devolverle todo el amor que de ella recibimos, los que intentábamos que no le faltara de nada, devolverle todo lo que de ella habíamos recibido mientras estuvo con nosotros. Hasta que llegó el año en el que ya dejó de estar para revisar esas túnicas y decirnos que las repasáramos de nuevo de plancha.

También recuerdo cuando dejaste de vestir la túnica y, aunque acompañabas durante todo el recorrido a la hermandad, qué raro echar la vista atrás en el tramo y no verte en las filas. Sé que te vería en la calle. Varias veces. Preocupado por si nos faltaba algo. Necesitando ver a tu Cristo y a tu Virgen. Pero ya tu túnica se quedaba guardada.

Aún así te gustaba repetir el rito de ir a por nuestras papeletas y cuando dejaste de hacerlo por la edad siempre preocupado por que no se nos fuera a pasar la fecha, por saber dónde íbamos a ir para buscarnos en las filas. Era una pregunta retórica, lo sabías perfectamente: íbamos con la Virgen, pegados a Ella, porque “a Ella no se le puede dejar que vaya solita”.

Nunca dejé de avisarte de cuando iba a por la papeleta, de dónde iba a ir y de preguntarte dónde nos ibas a ver. Nunca hasta este año en el que ya no he podido llamarte para decirte que ya tenía la papeleta, no he podido preguntarte dónde nos verías ni decirte que iba, como siempre, en el último tramo pegado a Ella porque ahora vuelves a ser tú el que está pegadito a Ella para siempre. ¡Qué suerte la que tenemos los que tenemos esa fe en formar parte de esos tramos que estarán con Ellos para toda la vida!

Recuerdo en los últimos meses cuando ya tenías que pasar demasiado tiempo en el hospital, cómo durante una de aquellas estancias una tarde hablabas de la preocupación del legado que dejabas en la vida. Tu preocupación no era por dejar un legado material, sino si dejabas unas buenas personas en tus hijos y tus nietos. Esa era tu preocupación. Y no sé si puedo decir que yo sea buena persona. Pero sí que puedo decir que intento parecerme a ti. Ese es el legado que dejas en mí: el querer, día a día, ser buena persona como tú lo fuiste.

Y con la edad que uno va teniendo recuerdo de nuevo la pregunta de ¿cuántos números he bajado? Y ya no sonrío cuando poco a poco voy bajando números en la lista de la hermandad. Por cada número que bajo hay un hermano que falta en la fila de mi tramo. En eso cada vez hay menos motivo para la alegría. Ojalá aún pudiera ir yo al principio del tramo, y mirar atrás y verte al final del tramo, pegadito a Ella, porque “a Ella no se le puede dejar que vaya solita”.

Foto: Gyula Halász 'Brassaï'

jueves, 28 de enero de 2021

Semana Santa e hiperrealidad




"La Guerra del Golfo no ha tenido lugar". Así, con esta afirmación sorprendente, titulaba Jean Baudrillard una serie de tres ensayos publicados en 1991: 'La Guerra del Golfo no tendrá lugar', '¿Está teniendo lugar la Guerra del Golfo?' y 'La Guerra del Golfo no ha tenido lugar'. 
En una simplificación quizás burda, reduccionista, venía a decir, y hay que contextualizar el momento dentro del bombardeo mediático de los bombardeos sobre Bagdad, valga la redundancia, y lo que la retransmisión en directo de aquella guerra supuso, que realmente al espectador no le importaba si aquello era real o no. Una guerra retransmitida en directo, supuestamente, vendida mediáticamente así, quirúrgica, casi diríamos que indolora para los civiles, que (al principio) obviaba imágenes que mostraran sufrimiento o crueldad. Era como ver una película, como un videojuego, como un ejercicio, inconsciente para nosotros, de irrealidad. Y es que a nosotros como espectadores nos daba igual si la guerra a la que asistíamos a través de nuestras pantallas de televisión existía realmente o no. A nosotros nos la estaban mostrando, nosotros asistíamos, desde la seguridad de la distancia, sentados en nuestros salones, a los bombardeos sobre Irak. Asistíamos a una guerra limpia, inocua, aséptica, una guerra sin muertos, un espectáculo televisivo que mostraba, en paralelo a una realidad que no se nos mostraba, un simulacro verosímil e indoloro que generaría unas audiencias brutales para las cadenas televisivas. Asistíamos a una guerra como si de un espectáculo televisivo se tratara, veíamos esa guerra que nos querían mostrar y no la guerra de verdad. Un relato preparado, enlatado, almibarado. Una perfecta presentación, no de lo real, sino de un simulacro que nos parecía real y que, quizás, desde el punto de vista moral, nos convenía. Era la presentación en nuestras pantallas de un mundo de hiperrealidad y frente al que éramos incapaces de distinguir claramente la frontera entre lo real y lo irreal.
Para Baudrillard, en el mundo contemporáneo, imágenes falsas reemplazan a la realidad y lo que se nos ofrece es un simulacro que percibimos como real, hasta tal punto que nos hace incapaces de distinguir entre realidad e irrealidad. Y este fenómeno de simulacro, de hiperrealidad, aunque presente en casi todo lo que engloban los medios de comunicación de masas, 'mass media' en inglés, se hace más evidente en el medio televisivo. En una cita de Pierre Bourdieu: "(...) la televisión que pretende ser un instrumento que refleja la realidad, acaba convirtiéndose en un instrumento que crea una realidad".
Indudablemente la manera en que nos llega cualquier información, el modo en cómo aprehendemos el mundo, la realidad, ha variado de forma patente desde la aparición de los medios de comunicación de masas, pero de un modo abrumador con la expansión de la televisión y, en los últimos años, con la accesibilidad a la información en nuestros móviles en cualquier momento y lugar y con la brutal expansión de las redes sociales. En oposición a la sociedad industrial, Baudrillard define la sociedad postmoderna o, más bien, establece que una de las características de la sociedad postmoderna es la producción de signos enfocados al consumo, no ya la producción de bienes como anteriormente. "La economía produce mercancías como cultura del mismo modo que se produce cultura como mercancías", en opinión de Leonardo Oitanna. Como establece Oitanna en su análisis del pensamiento del filósofo francés en su ensayo 'Cultura y Simulacro', actualmente "los simulacros se adelantan a los hechos: los medios crean el acontecimiento. Así, lo real no es ya sólo objeto de representación, ahora es objeto de reproducción indefinida, infinita. La realidad se disipa, se volatiliza por exceso. (...) Todo parece indicar que el éxtasis de la comunicación conduce a la desaparición de lo real".
Hay una percepción inconsciente de que todo ocurre en los medios de comunicación y en las redes sociales y, sin darnos cuenta, casi obviamos lo que ocurra fuera de estos ámbitos. Y, al igual que en el caso de la Guerra del Golfo, para muchos da igual si lo que ven ha ocurrido realmente o no. Ellos lo han visto, a ellos se lo han contado y no se van a plantear si lo que ha ocurrido en sus pantallas ha ocurrido en la realidad o no.
Como en la práctica totalidad de los ámbitos, la Semana Santa no es ajena a estas tendencias y, si bien esos medios de comunicación de masas llegaron más tarde a ésta, podemos afirmar que actualmente, y aunque sea a nivel local, la presencia e importancia de esas fuentes de información son realmente notorias para muchos. Programas de radio, de televisión, canales de Youtube, las secciones de lo que tradicionalmente ha sido prensa escrita,en papel, en versión digital continuamente presentes en las pantallas de nuestros terminales, Twitter, Instagram...
La forma, la manera en que nos llega la información cofradiera ha experimentado una evolución absolutamente espectacular, al menos cuantitativamente, otra cuestión a analizar sería la calidad de esa información. Pero eso es tema para tratar aparte. Hace unos treinta o cuarenta años la información cofradiera era casi marginal y, sobre todo, quedaba circunscrita a una estacionalidad. Actualmente la presencia de este tipo de información es constante y accesible durante todos los días del año. Creo que podemos afirmar, sin riesgo a equivocarnos, que el paradigma de la información cofradiera es absolutamente diferente, y esto además ha tenido, tiene, un efecto no sólo en cómo nos llega la información sino en cómo percibimos y vivimos la Semana Santa. Los medios de comunicación han convertido la Semana Santa en un producto más que vender.
Estamos continuamente bombardeados por la información cofradiera, y quizás esto pueda desembocar en una cierta insensibilización al estímulo. La cotidianeidad de la contemplación de la maravilla, es decir, lo que nosotros identificamos como algo que nos maravilla, creo que puede llevarnos a una especie de anestesia en la contemplación de lo que antes nos emocionaba, nos lleva a perder la capacidad de asombro y a perder una de las claves, a mi entender, que tienen las fiestas en Sevilla: la espera.
Como decíamos, podemos establecer que el paradigma de cómo aprehendemos el mundo ha variado y, como en cualquier ámbito sociocultural, la Semana Santa no se queda atrás, es permeable a este fenómeno. Antes vivíamos la Semana Santa y disfrutábamos, estoy seguro que mucho más, de la espera. Ahora la Semana Santa es algo diario, cotidiano, algo que ya, de alguna manera, no esperamos. Consumimos continuamente Semana Santa, nos preparan el producto, como una afición más, y observo que para muchos les es igual, o eso parece, si la realidad, el referente, tiene lugar o no. Convertidos en espectadores/consumidores de Semana Santa ya nos da igual si ésta tiene lugar o no. Simplemente queremos que nos la cuenten, verla, independientemente de si está ocurriendo o no. Nos basta con experimentar su representación, su simulacro y ni siquiera nos hace ya falta saber si es real. Como afirma Baudrillard, hay una sobrexposición a la realidad, o a eso que creemos realidad, hasta tal punto que nos hace incapaces de distinguir ésta de lo no real, lo que desemboca en un estado de lo que él define como hiperrealidad.
Igual esto se refleje en que ya haya quien no necesita patear las calles en Semana Santa, no necesita oler la cera ardiendo de los nazarenos mientras espera que llegue el paso, ni siquiera sentir el calor de una bulla, y les vale con seguir retransmisiones de radio y televisión. Puede que esto sea uno de los signos del cambio de paradigma en la forma de vivir la Semana Santa en los últimos años.
No sólo habíamos llegado a la desacralización de la Fiesta por una buena parte de los espectadores, nada nuevo, esto es algo con lo que siempre hemos convivido, tampoco descubro nada. Que hay público para los que la parte religiosa de la Semana Santa no tenía trascendencia, su acercamiento a ésta tenía componentes sociales, culturales, consuetudinarios..., eso siempre ha existido. Pero llegamos a un plano diferente, pasamos a romper cualquier nexo con la realidad, el referente, y nos basta con que se nos presente un simulacro verosímil.
Habrá quien encuentre este planteamiento absolutamente absurdo. Yo sin embargo sí veo signos que pueden reflejar estas tendencias en el cambio del paradigma. Recordemos cómo el año pasado muchos durante una Semana Santa atípica veíamos vídeos (de años anteriores) cada día de las procesiones que no estaban teniendo lugar. Incluso hubo una recogida de firmas y peticiones para que Canal Sur Radio reprogramara como un falso directo las procesiones del año anterior. Había muchas personas para las que si había procesiones o no parecía, hasta cierto punto, indiferente. Simplemente querían, necesitaban, vivir la experiencia. Y en el mundo actual vivimos experiencias a través de las redes sociales, a través de nuestras pantallas. Con eso les bastaba. Y no planteo si esto es bueno o malo. No entro en eso. Simplemente describo lo que percibo, que tampoco tiene que ser lo que perciban los demás.
La televisión (los referidos 'mass media' en general) crea una densa red que envuelve al individuo-espectador y se llega convertir en la fuente única para la recepción y percepción y, yendo más allá, la recepción y percepción de aquello que conviene a una sociedad sostenida por el consumo. Se llega a una producción autoreferencial de cosas que sólo se dan en los medios y, asociados además, a unos parámetros de espectacularidad. Para Baudrillard los medios de comunicación ya generan sus propios recursos incluso al margen de la realidad, y esa realidad mediática e impostada es a lo que podemos definir, según él, simulación, hiperrealidad. Igual los medios de comunicación cofradieros estén llegando incluso a ese punto.
¿Llegaremos a ver una Semana Santa así? ¿Hay ya consumidores de Semana Santa que casi solo la perciben a través de las pantallas? ¿Nos basta ya no con vivir realmente la experiencia sino con recibir una especie de placebo como sustituto? El tiempo nos lo dirá.

La foto, en GAS.

domingo, 15 de octubre de 2017

Cofradías, poder y cobardía

En 1928 el Calvario sacó a la Virgen de la Presentación en paso de gloria y la custodia de asiento de la Sacramental de la Magdalena por motivo de una visita de la familia real a Sevilla. Eran tiempos de la Dictadura de Primo de Rivera. Apenas cinco años después, en 1933, no sale ninguna cofradía. Eran tiempos convulsos, y de una parte la situación socio-política seguramente no aconsejaba la salida y de otra los dirigentes de las hermandades, en gran parte contrarios a la república, aprovechan la situación para sumar una presión añadida a la ya de por si complicada situación culpando al Gobierno de la ausencia de las procesiones en la ciudad. Solo un año antes, en 1932, una única hermandad salió en aquella Semana Santa, la Estrella. Una historia manida, manoseada, y que durante muchos años tuvo una lectura (oficial) bastante diferente a lo ocurrido realmente, como un desafío a la II República, cuando la mayor parte de los hermanos mayores presionaron para que no hubiera cofradías en la calle.
Hermandades que se ven beneficiadas patrimonialmente por la pugna entre la reina Isabel II y los Duques de Montpensier, una hermandad que monta los pasos sin ser Semana Santa y recibe a monarcas con hermanos vistiendo la túnica nazarena -no para realizar estación de penitencia-, una centuria romana que tras la procesión va a cumplimentar como fuerza militar, supondremos, a un rey...
No deben extrañarnos hechos así. Las hermandades forman parte de la sociedad y, además, aunque muchos puedan pensar que no sea así, son permeables a los cambios políticos y sociales, quizás no por inclinación natural, o al menos no siempre, sino por continua necesidad de adaptación a los tiempos.
Es un hecho, una evidencia, que las clases políticas y la nobleza, el poder en definitiva, han encontrado en las cofradías un camino sencillo, efectivo y aparentemente inocente para llegar al pueblo. Y este, casi seguro de forma inconsciente, ni siquiera habrá reparado en ese vehículo que brindaba a aquellos. La religiosidad, la Semana Santa, es algo tan identitario, algo que consigue sensibilizarnos de una manera tan especialmente intensa, que es difícil que no despierte nuestra simpatía hacia aquellos que se acerquen a esta aparentemente desinteresadamente. Y no deja de llamar la atención esto ya que si hay algo que pueda ser una constante histórica de las hermandades es su carácter reaccionario frente a cualquier injerencia, no solo del poder civil sino también del poder religioso al que al menos teóricamente le debe obediencia. 
Que determinados personajes en el poder hayan querido acercarse a las hermandades o que estas mismas hayan coqueteado con el poder no debe llamarnos la atención. Unos han podido encontrar en las hermandades una vía para aproximarse al pueblo (sin negarles que en parte les pueda mover la devoción), y las hermandades para ganarse, si es que se puede decir así, un prestigio social y, a veces, un incremento patrimonial, una mayor influencia gracias a las relaciones establecidas según con quién.
Que Queipo de Llano, militar golpista y cruel represor durante la Guerra Civil a lo largo y ancho de Andalucía, se acercara al mundo de las hermandades, pues, no debe llamarnos la atención. Y no es ya una cuestión estrictamente cofradiera, sino que las hermandades forman parte indisoluble de la vida social de la ciudad y es muy difícil desligar, a veces, una cosa de otra.
Desde hace años se viene reclamando que se saquen los restos de Queipo de Llano de la Basílica de la Macarena. Si bien es cierto que la hermandad hace unos años promovió (instando a la familia para que lo autorizara) que la lápida fuera desprovista de cualquier mención o referencia franquista, los restos del militar continúan allí. El Ayuntamiento y el Arzobispado no tienen competencias, parece ser, para  ordenar la exhumación. Ni la Junta de Andalucía siquiera aún atendiendo a la Ley de Memoria Histórica. El templo pertenece a la hermandad, pero los restos, al parecer, no pueden ser trasladados a otro lugar sin el consentimiento de la familia. Y esta no parece estar dispuesta a ello.
Es sin duda una situación incómoda para muchos. Seguramente con la retirada de las menciones franquistas o militares se cumpla con la legalidad. Pero, ¿es suficiente con esto?
Creo sinceramente que no. Es cierto que el enterramiento en la basílica del militar se debe contextualizar y entender en un momento y unas circunstancias. Pero no es menos cierto que la tibia actitud de la hermandad no es de recibo a las alturas que estamos. Y menos aún la del todavía hermano mayo, Manuel García, que nunca mejor dicho ha pensado 'el muerto... para el siguiente'.
Y para mí no es una cuestión esencialmente política, no es una cuestión de revanchismo entre dos bandos. Quizás, es una opinión personal, esa triste politización, seguramente difícil de evitar, sea uno de los errores de la puesta en práctica de la citada ley y puede que por ello, sin negar las actitudes contrarias al desarrollo de la ley por ciertos, muchos, sectores, la ley no consiga el consenso deseable.
En mi opinión debería primar en esto, más que cualquier otra consideración, el plano humano de la tragedia cuyas heridas se pretende cicatrizar, cerrar heridas dolorosas aún a sabiendas de que es solo una solución paliativa.
Huelga ahondar en datos, no son difíciles de conseguir, sobre la represión en Sevilla, en toda Andalucía, llevada a cabo por Queipo de Llano. Y aunque haya discrepancia en las cifras, con aquellas que sean más prudentes en evaluar la cantidad de ejecutados, prisioneros políticos condenados a trabajos forzados, desaparecidos,..., con las cifras más escuetas de esa represión nos valdría para valorar la tragedia. No es descabellado pensar que entre estos represaliados hubiera no pocos devotos y hermanos de la misma hermandad. Y no es ilógico pensar que esas familias, para rezarle a esa misma devoción que su padre o su abuelo fusilados rezaban, hayan tenido que pasar por delante de la tumba del responsable de la muerte de sus mismos familiares. ¿Hay mayor muestra de perdón, de humildad y de respeto que desterrar el odio gracias a la devoción por parte de estas familias?
Esa misma humanidad que debería primar en la aplicación de la ley, esa empatía con el dolor de los descendientes de aquellos represaliados por Queipo de Llano, en definitiva, una consideración hacia los descendientes más que merecida, es lo que debería mover a la hermandad a adoptar una postura clara, sin medias tintas, a favor del traslado de los restos a otra ubicación. Y probablemente la Hermandad de la Macarena no pueda más que solicitar, instar a la familia a ese traslado. Pero creo que es una cuestión de respeto y un acto de humanidad que la hermandad deje de escurrir el bulto y afronte algo que debió hacer hace años. Sé que el perdón es necesario, pero también que cualquier amparo que se le haya dado o se le dé a quienes haya cometido tales crímenes, crímenes de lesa humanidad, puede que sea en el fondo 'bendecir' esos crímenes con el silencio, la inacción y la cobardía.

La foto tomada del diario El Mundo : Los cinco días andaluces de Eva Duarte de Perón

viernes, 14 de marzo de 2014

La ausencia. La distancia.

Quizás no sepamos valorar la suerte que tenemos al vivir en la Ciudad (1), la suerte de vivir, o tener la posibilidad de experimentar esa vivencia, de estar en determinado momento y lugar. O de no estar. Cada uno de nosotros tenemos en nuestro imaginario y en nuestra memoria una recreación perfecta de una Sevilla sublimada, anclada y fija en un pasado, en una experiencia, en una idea que pretendemos revivir, que se repita una y otra vez, en un sueño del que hemos construido un mundo idealizado en Sevilla y de Sevilla. A veces aquello que nos enamora o que nos enamoró, y lo sigue haciendo, fue solo un breve instante en el tiempo, apenas un segundo que se quedó fijado para siempre en nuestra retina. En otras, creo que puede ser mi caso, llevamos las maletas de la memoria llenas de esos sueños, pero a la misma vez nunca terminamos de llenarlas por más que continuamente sigamos echando más y más carga en ellas. E incluso no es tanto el peso de lo que llevamos ya en la maleta lo más importante, sino el convencimiento de que es aún mejor lo que queda por vivir.
Que Sevilla tiene, o nos parece que tiene, algo que cautiva se habrá dicho miles de veces. Y las que aún quedan. A veces se ha dicho de forma sublime, otras de forma ripiosa. Pero de todo puede que lo que más contribuya a crear ese halo de embrujo, esa fascinación casi hipnótica hacia la Ciudad, de todo, posiblemente la ausencia, la ausencia que la distancia llega a hacer insoportable, sea lo más terriblemente amargo, amargo y dulce a un tiempo, que contribuya a esta desesperación con la que vivimos a veces esta relación. En palabras de Umberto Eco, "en un sistema estructurado, cada elemento vale cuanto no es el otro o los otros que, al evocarlos, los excluye". Sevilla nos parece más Sevilla, nos duele seguramente más cuando no la tenemos o cuando creemos no tenerla. Abundando en las palabras de Eco podemos leer en uno de sus textos "la ausencia oposicional vale solamente en presencia de una presencia que la hace evidente".
Y es que cuando Sevilla nos falta, cuando estamos lejos o incluso cuando estamos en la Ciudad pero nos parece que no la sentimos, en ese momento preciso es cuando sentimos más profundamente esa ausencia. Si extrapoláramos el pensamiento de Trubetzkoy y el concepto de 'oposiciones privativas', el fenómeno de ausencia-presencia, a veces gradual, otras estrictamente privativa, esa ausencia de la Ciudad en nosotros, en nuestro día a día, es lo que nos duele. Es como un enamorado que siente la distancia de la amada, de un amor que se fue, de un amor que no termina de llegar, aunque esté convencido de que existe pero que no termina de estar presente. Es presencia versus ausencia como decíamos. Hasta el silencio contribuye a ello, la ausencia de palabra a veces es tan elocuente como el más extenso de los textos.
El silencio puede llegar a decirlo todo a veces, como si de un silencio teatral se tratara, el silencio a veces es capaz de expresar tanto o más que la palabra, de forma rotunda, hasta connotando más significados incluso que si pretendiéramos verbalizar lo que queremos expresar. Y es que el silencio es en si un acto de lenguaje que puede llegar a expresar aún más plenamente esa idea de ausencia, quizás si queremos por duplicado, con ese sentimiento de ausencia y la ausencia de la palabra a un tiempo, que dramatiza más aún la espera del encuentro con la Ciudad. Y es que en esas horas en las que uno espera la llegada de la Ciudad deseada, en esas horas hasta el tic tac del reloj parece audible y enfatiza ese momento de dramatismo teatral en los que uno espera ansioso la llegada del momento del reencuentro. Y en esa espera estamos ahora. Sabemos que el momento del reencuentro está próximo a llegar, es inminente y sentimos que ya nada lo puede detener. Es ahora cuando se nos aceleran las pulsaciones aunque no queramos que se nos aceleren. Y es que en Sevilla tenemos la dicha, no es privilegio privativo nuestro ni mucho menos, de que a través de los sentidos podemos llegar a lo trascendente, a ese algo más allá de lo sensorial, lo inefable, lo que algunas veces no podemos expresar con palabras aunque tengamos meridianamente claro su significado. Pero incluso así, aunque sepamos que el momento esté próximo a llegar, nos sentimos sumidos en un proceso que supone una agonía en la indeterminación de la espera. Como digo otras veces, como dije hace casi un año, y no son mías las palabras, 'es tan bella la espera que no quiero que llegue, solo quiero verla llegar'.
 - (1) Aunque no sea correcto desde el el punto de vista ortográfico, me tomo la licencia, poética digamos, de escribir 'Ciudad' en mayúsculas, ya que en mi opinión Sevilla tiene entidad de persona, de mujer para algunos,  para mí,  única e irrepetible.
- La foto es del año 1983 y muestra la ausencia en el cortejo de Los Estudiantes del paso del Cristo de la Buena Muerte. Foto tomada de www.abcdesevilla.es

domingo, 20 de octubre de 2013

Patrimonio Perdido: Enajenaciones y Despropósitos

Cuando los cofrades hablamos sobre patrimonio desaparecido de la Semana Santa casi siempre nos remitimos al que desapareció durante la II República, en el tiempo de la Guerra Civil e incluso nos remontamos a la Desamortización de Mendizábal o al expolio que las tropas francesas cometieron en Sevilla y sus cofradías. Hablamos de la Hiniesta desaparecida hasta en dos ocasiones, la primera ocasión durante la II República, del paso del Nazareno del Silencio robado por los franceses y que apareció más tarde en Andújar despojado de apliques de plata y carey o de las imágenes y enseres de San Bernardo quemados y destrozados al inicio de la Guerra Civil. Tendemos a demonizar en este tema y sacar el dedo acusador contra todo y todos los que de alguna manera han atentado contra el patrimonio de las cofradías.
Pero quizás o no hayamos reparado en ello o puede que nuestra soberbia nos impida hacer un ejercicio de autocrítica hasta el punto de reconocer que en numerosas ocasiones nosotros mismos, los cofrades, hemos sido los autores de esos expolios. Si hiciéramos el ejercicio y el pequeño esfuerzo de intentar autocontemplarnos en perspectiva quizás podríamos darnos cuenta de los desmanes y despropósitos que nosotros mismo hemos cometido sin ayuda externa. Será que nos gusta buscar culpables y no asumir nuestros errores. Pero eso puede que sea inherente a la raza humana.
La lista seguramente sería extensa y, si fuéramos meticulosos, casi interminable. Quizás con exponer algunos casos llamativos y paradigmáticos nos pueda valer para hacernos una idea de lo que se ha perdido a causa de nuestras propias acciones.
Si nos vamos al final de la calle Castilla, y si queremos hablar de talla, nos encontramos el caso del Cachorro y los diferentes pasos que ha tenido a lo largo de los años. El Cristo de la Expiración ha procesionado sobre diferentes andas a lo largo del tiempo. Uno de los pasos acabó siendo usado por el Cristo de Burgos, otro pasó a la hermandad de San Esteban y es en el que actualmente procesiona, diseño de Guzmán Bejarano, los respiraderos de 1974 y canastilla y candelabros reproducción o reinterpretación del diseño original en 1998. Pero aún hay hermanos y devotos que recuerdan con añoranza las andas diseñadas por Castillo Lastrucci que usó entre 1929 y 1972. Con un diseño valiente y las inconfundibles tallas de los ángeles que llevaba en los laterales, son aún para muchos las mejores andas sobre las que ha procesionado el Cachorro. Cierto es que eran quizás de excesivas proporciones para el Crucificado y que encontrar un paso adecuado a la calidad de la talla de la que hablamos sea tarea muy complicada, pero son muchos los que piensan que el paso actual no acaba de encajar con el Crucificado. Sin embargo la hermandad decidió en su momento la realización del nuevo paso y desprenderse de las andas antiguas.
Este paso fue vendido a la Hermandad de la Sagrada Cena de Jerez de la Frontera y es en el que sigue procesionando su misterio cada Semana Santa. Fueran las adecuadas para el Cachorro o no, lo cierto es que la pérdida para la Semana Santa de Sevilla de estas andas es notable y algo que lamentar.
Los cambios en la imaginería de nuestras hermandades ha sido una constante a lo largo de los siglos. Puede que en algunos casos motivados por la búsqueda de una mejor calidad de los titulares, aunque a tenor de los resultados no siempre se puede afirmar que se consiguiera. Pero en otras ocasiones la desgracia o el infortunio han hecho necesaria la hechura o adquisición de una nueva imagen y puede que incluso el capricho o la moda hayan dado ese último empujón para aprobar o decidir la sustitución.
Hay casos de estos últimos en los que la imagen era realmente irrecuperable la imagen. Pero en otros es como poco llamativo que esa 'imagen irrecuperable' luego lo haya podido ser. En este punto podemos incluir el caso de Nuestra Señora de la O, sustituida por la talla de Castillo Lastrucci, y que luego pudo ser restaurada. En otras hermandades se tomaron decisiones que hoy en día veríamos totalmente fuera de lugar como en el caso de los Panaderos la sustitución del Señor del Soberano Poder al que ahora rinde culto la Hermandad Sacramentel del Juncal. Podemos citar otros casos curiosos como los de la Virgen de la Salud de San Gonzalo, Nuestra Señora de Guía de la Lanzada o el Cristo de las Cinco Llagas. Eso sin contar las, digamos, 'restauraciones' que nos han traído finalmente en la práctica una nueva imagen como la Virgen de los Ángeles. Pero creo que sin duda el que en los últimos años puede que haya llamado más la atención sea el descubrimiento del más que plausible paradero de la antigua dolorosa de la Hermandad de la Quinta Angustia. 
Hace unos años Francisco Bravo en su blog Humilitas, antes creo que ya lo había publicado en el boletín de su hermandad, sacó a la luz una investigación que arrojaba luz sobre el destino que pudo tener la antigua dolorosa de la hermandad de la Parroquia de la Magdalena y una aproximación a lo que pudo ocurrir durante los años en los que de Ella nada se supo. 
Lo cierto es que durante la II República las imágenes de la hermandad fueron escondidas para evitar que cayeran en manos no deseadas y evitar que desaparecieran. Hasta ahí algo usual en aquella época. Una vez la situación permitió retomar el culto de las imágenes, dado que la mayoría de estas habían sido escondidas en la cripta que la hermandad posee en la misma capilla, a causa de la humedad y el lógico deterioro tuvieron que ser restauradas, cosa que fue posible con todas ellas con excepción, cosa llamativa, de la imagen de la Virgen. Finalmente, fuera como fuere, la dolorosa fue sustituída por una de nueva ejecución debida a Vicente Rodríguez Caso.Aunque para algunos pasa por ser una de las mejores dolorosas del s.XX, ¿qué pasó con al anterior de la que nada más se supo? Según Francisco Bravo la Virgen que su hermandad de la Vera+Cruz de Linares adquirió a un anticuario en una feria de antigüedades de Úbeda sería la misma talla que 'desapareció' de la Hermandad de la Quinta Angustia sin dejar rastro.
Pero para conocer de primera mano esta historia nada mejor que visitar el blog de Francisco Bravo.
Aunque quizás el apartado que más haya sufrido ese éxodo, esa hégira, esa exportación que hemos hecho de nuestras propias joyas, sea el de los bordados. Podemos referir casos casi sangrantes, que si bien en su mayoría han dado como consecuencia que las hermandades implicadas se hayan hecho con una nueva obra notable, hay algún caso en el que la realidad dista mucho de esto. 
Podemos referir el palio juanmanuelino de la Virgen de los Ángeles que ahora usa la Virgen de la Palma de Cádiz. Aunque hay a quien no le gusta el nuevo palio diseñado por Juan Miguel Sánchez, sin duda es una aportación y algo nuevo para la Semana Santa de Sevilla. Pero de lo que no cabe duda es de que con el palio que se fue a Cádiz se perdió una gran obra para Sevilla.
Otro de los palios de los que quizás más se haya escrito es de aquel conjunto de palio y manto azules que durante algo más de veinte años usó la Virgen de la Amargura. A nadie se le escapa la suntuosidad y calidad del actual palio carmesí, pero muchos defienden que el anterior, el de terciopelo azul y que ahora usa la Virgen del Desconsuelo de Jerez, de la Hermandad de los Judios de San Mateo, no era en ningún caso peor. 
Antes hablamos de la sustitución de la Virgen de la O. Quizás esta hermandad sea de las que haya tenido decisiones más desacertadas en cuanto a su patrimonio. Ya ciertamente llamativa es la sustitución de la dolorosa, el anterior paso de Cristo es añorado por no pocos, pero en el apartado de los palios y mantos que ha tenido debemos detenernos.
En 1877 estrenó un palio con caídas en plata de rouls, pero con un techo de palio bordado. Tres años después, en 1880, las Hermanas Antúnez realizan un palio realmente espectacular que completaron en 1891 con una manto a juego. Hasta ese año llevó un manto conocido como "el de los soles", que acabó en la Hermandad Sacramental de Espartinas, que aún lo usa. Un manto realmente original y de una belleza única. Tanto el palio de 1880 como el manto de 1891 fueron después vendidos a la Hermandad de la Virgen de la Piedad de Jerez en 1931 para, y aquí es lo sangrante de la historia, sustituirlo por un palio de bordados de recorte o aplicación. Este palio luego pasó a la Hermandad de la Esperanza de Barcelona. Desconocemos si aún lo usa aunque creemos que no, pero sí lo hacía hasta hace unos años. Lo vino usando la O hasta 1957 en que empezó a estrenar por partes el ejecutado por Carrasquilla y que hasta no hace muchos años no fue concluído en sus caídas interiores. 
Siendo esta una obra sin duda mejor que el palio de recortes ni mucho menos supera, ni siquiera iguala, a aquel palio vendido a Jerez.
Pero si hay una caso que llama la atención, no ya solo por la calidad que pudiera tener sino por la simbología y trascendencia de la obra en la evolución de los bordados en las cofradías, y es cómo la Hermandad de la Macarena destruyó el palio rojo diseñado y ejecutado por Juan Manuel Rodríguez Ojeda. Este palio que usó la Esperanza entre 1908 y 1941 y que marcó un antes y un después en los diseños de los palios, ya no puede ser contemplado dado que la hermandad lo deshizo para usar sus bordados en insignias y en el ajuar de la Virgen. El nuevo palio, recreación del anterior, fue estrenado en 1942. Los faldones actuales en 1943 sustituyendo a los originales. 
Hablábamos de la trascendencia de la obra en la evolución de los bordados. Y realmente, aunque haya obras precursoras, es el máximo exponente de la implantación del estilo juanmanuelino, imbuído de los aires del regionalismo, y que pasó como una apisonadora sobre los gustos decimonónicos en los diseños, quizás empobreciendo el panorama de la creación artística a la postre más que enriqueciéndolo, dando lugar a un panorama plano e impersonal, salvo excepciones, en la concepción de mantos y palios. Pero en cualquier caso, un error de la hermandad la decisión de desmembrar el palio.
Estos y otros ejemplos han empobrecido el patrimonio de nuestra Semana Santa al tiempo que han enriquecido el de otras localidades que han sabido aprovechar la ocasión para hacerse con importantes obras y en ocasiones a precios casi de saldo. Podemos seguir contemplándolos en las hermandades que los adquirieron, pero también debemos lamentar no poder contemplarlos cada Semana Santa por las calles de nuestra ciudad.
Como decíamos antes, tendemos a culpar a los demás, a sacar el dedo acusador y no querer ver ni reconocer nuestros errores. Pero en cuanto a patrimonio el cúmulo de despropósitos es amplio y quizás cuando hablamos de enajenar no solo debemos ceñirnos a la transmisión de un bien, sino que debemos predicarlo de la 'enajenación mental' que algunos debieron sufrir para desprenderse del que ha sido, en algunos casos, parte de nuestro mejor patrimonio.
La foto está tomada de la WEB cofradias.mundoforo.com

lunes, 16 de septiembre de 2013

El Beso en el Talón

La vida de las cofradías, la vida de la Ciudad, la vida de los sevillanos se entrecruza de manera natural de generación en generación. Si existe algún tipo de frontera puede que no la podamos distinguir. Es más, puede incluso que no haya separación alguna. Para nosotros, los sevillanos, y ser sevillano es algo más que haber nacido en esta tierra, es un estado del alma, una forma de entender la vida, quizás derramadamente derrotista en la plenitud de esta Ciudad que puede que brille más que nada, y quizás solo, en esa ciudad idealizada, ensoñada y anclada en un pasado ya dejado muy atrás en el tiempo, nuestra vida y la vida de nuestra cofradía, de nuestra devoción, es solo una. Sevilla, que a veces más que ciudad y capital parece pueblo y barrio porque seguramente lo sea. Sevilla, que a veces parece que le venga grande el crecimiento experimentado, que no ha sabido asimilarlo, prefiere seguir mirando hacia dentro de las viejas murallas y pretende ignorar las nuevas barriadas y polígonos industriales. Sevilla es pueblo y Sevilla es barrio, sus vecinos y sus gentes. Y a veces los vecinos son la familia tanto o más que la que lleva nuestra sangre. Y cuando el camino se nos hace duro, cuando necesitamos una mano que nos dé calor, un hombro en el que apoyarnos, en ellos encontramos ese consuelo. Y entre esos vecinos el sevillano no hace distingos, vecinos son los que viven en su barrio. Y qué mejor vecina para echar una mano que una mujer llamada Esperanza y que vive junto a un arco, o su tocaya que vive en la calle Pureza. O Aquel que lleva por nombre Salud y vive en el antiguo arrabal artillero y torero de San Bernardo, la salud que demandan los enfermos. O Ella que en su Amargura es el más dulce bálsamo para los males del cuerpo y el alma. Pero de todos los vecinos de Sevilla, de todos ellos, el que más sabe de problemas y penas, el que ha escuchado seguramente más historias que hemos ido a contarle, vive en San Lorenzo. A veces impone hablar con Él, aunque ahora rejuvenecido desde hace unos años, muchos recordamos su rostro de Divino Leproso, rostro que refleja la dureza y el dolor y al mismo tiempo, la ternura y el sosiego del que en Sus Divinas Manos atesora el poder y la fuerza de un Dios que es hombre hecho madera en San Lorenzo. Los que tenemos recuerdo de visitar su casa casi cada viernes, de recibir junto al corazón una breve cinta morada que era la mejor de las condecoraciones posibles, de ser testigos silentes de plegarias y oraciones, de cómo las vecinas del barrio acudían con hábito morado y cordón dorado, algunas hablándole entre lágrimas, otras casi riñéndole como a un hijo, un río humano que llega a Él por Conde de Barajas, por la antigua calle Capuchinas, que son las santas mujeres que acogieron al Hombre de la poderosa zancada durante unos meses, por la calle Eslava... Es el vecino que vela las noches de hospital en las cabeceras de las camas, porque Él siempre está de guardia aunque no nos demos cuenta. Es el Hombre que llevamos en la cartera en una estampa de bordes desgastados y con el color casi difuminado que sin darnos cuenta nos insufla aliento y fuerza. Es el que preside el cabecero de muchos dormitorios, el que está en un cuadro en el salón de nuestras casas, el que día a día ve cómo transcurre nuestra vida desde un almanaque en la pared de la cocina. O puede que pasemos por una calle y casi sin darnos cuenta nos lo crucemos en un azulejo en la pared. Quizás apenas le veamos, pero Él seguro que sí lo hizo. Él carga en ese madero con todas las culpas del mundo y parece que no le pesan, con su poderosa zancada, con su tremenda fuerza, casi arrogante, como cuando camina por Sevilla en la Madrugá. Habrá quien diga que caemos en la idolatría, que estamos confundidos, que hemos perdido el norte. Qué equivocados están los que así piensan. Nada más lejos de la realidad. El sevillano sabe perfectamente que el verdadero Dios es el que habita en el sagrario, Dios Sacramentado. Pero en Sevilla para llegar a Dios nada mejor que hacerlo a través de lo sensorial, de los sentidos, de la emoción. Cuando tienes a alguien que te ha enseñado desde pequeño a llegar a Dios a través de un breve beso en un talón puedes sentirte feliz porque esa persona ha obrado en ti cosas extraordinarias que jamás podrás llegar a agradecerle.
La foto aparece en la WEB Todocolección

sábado, 16 de febrero de 2013

Hartos de estar Hartos

El sentimiento de amargura, de nostalgia, de naufragio sentimental para el sevillano, para el nacido aquí y para el que también lo es de sentimiento, en tanto que no poco de masoquista alberga esto, conlleva en nuestra psique hispalense un carácter hedonista. Y se apodera de nosotros en ese periodo de descompresión que sucede a la Semana Santa. Esas tardes vacías, sin rumbo, esas tardes en las que parece que todo se precipita en un abismo sin fondo y sin medida.
Y de esas tardes hay varias para el sevillano: la tarde del Corpus Christi, la del Día de la Virgen, pero seguro que ninguna como la del Domingo de Resurrección. Por mucho que la emoción llene el coso del Baratillo nunca podrá ser comparable, no es la misma emoción. La Ciudad es la misma, el sevillano es el mismo, pero es una emoción totalmente diferente. Una solo es expectación, la otra va ligada indisolublemente a la vez a la certidumbre de llegar al estremecimiento. Tardes tan hondas para el sevillano como un hondo pozo en el que no atisbamos el fondo.
Como cierta vez leí hay quien bautizó esas tardes de horas muertas, de noctámbula nostalgia, de angustia derramada, como 'tardes-pozo'. Y creo no le falta razón.
Son tardes en las que el sevillano irremisiblemente se ve abocado a una descompresión emocional, a veces con recuerdos en la memoria que no se pudieron vivir porque una traicionera lluvia impidió que así ocurriera o porque quizás no pudimos reproducir ese recuerdo que vive en nuestro corazón como aquella vez que se nos grabó siendo niños.
Esas tardes en que el vacío parece que se precipita sobre nosotros y nosotros en una desidia incluso deseada, intencionada seguramente, y nos dejamos seducir por ese sentimiento agridulce y derrotista, nos mostramos pretendidamente disfrazados de una falsa satisfacción cuando sabemos que solo estamos alimentando parsimoniosamente la nostalgia que nos invade y que nos hará desear durante doce meses el revivir, el perpetuar un rito que sabemos repetimos cada año. Muchas veces tengo esa sensación de descompresión y aunque sé que son tardes extrañas y probablemente anodinas en las que puede que andemos algo perdidos, son tardes en las que creo algunos disfrutamos en el fondo, un disfrute que hace de esta rara sensación un extraño ejercicio de hedonismo al sevillano modo.
Sevilla fue siempre ciudad de fiestas breves y de esperas y nostalgias prolongadas. El tiempo en Sevilla se podría medir con una clepsidra que vamos llenando con las lágrimas de la angustia que esa nostalgia nos hace derramar en días inciertos y casi siempre de manera inconfesa.
Y quizás en eso se base la perpetuación de esta fiesta, en el rito reiterado cada vez que el almanaque marca la primera luna llena de la primavera. Probablemente justo en eso, en aquilatar el rito y la fiesta a través de ese estar deseando y anhelando con una extraña mezcla de amargura y dulzura la espera y la llegada durante todo un año de este tiempo de ensoñación que se nos avecina en unas semanas.
Pero ya no es así, de unos años acá, la espera se difumina, se diluye como una gota de agua en un océano, como un grano de arena en una playa. Perpetuamos la Semana Santa a lo largo del año. Si antes lo hacíamos de una forma emotivamente interna, apenas exteriorizada más allá del aspecto taciturno que en ocasiones nos invade, ahora lo hacemos de manera visible en lo que antes era terreno de la nostalgia.
Las procesiones a lo largo del calendario, unas de las 'cofradías ilegales', otras 'extraordinarias' de las oficiales, repetidos traslados, rosarios y vía crucis de tradición (o creación) en algunas hermandades muy cercana en el tiempo, sin contar las procesiones 'patrocinadas' por Palacio. Tabernas y bares pretendidamente cofrades, pero sin gente de cofradías (qué sinsentido), que intentan recrear un remedo de los días grandes. Antes un concierto de una banda era casi un acontecimiento inusual. Ahora rara es la semana en que no podamos asistir a alguno. Las tiendas de artículos cofrades, antes casi inexistentes, ahora tan cotidianas...
Y uno se plantea si estaremos haciendo algo mal. ¿Desembocará esto en una crisis de la Semana Santa, no ya desde el punto de vista espiritual que ya casi es palpable, sino desde el plano vivencial del sevillano?
Lo que otrora fuera fugaz y efímero en la vida y que se convertía en eterno y perdurable en la memoria del corazón quizás ahora sea un pequeño momento en nuestro corazón y se esté eternizando en la vida de la Ciudad. Cotidianizamos lo que antes era lo extraordinario, la espera que antes tanto soñábamos ya no es tal porque no esperamos nada, lo tenemos al alcance de la vista, del oído, de los sentidos todos y cada uno de los días del año. De los sentidos sí, pero ¿y de la emoción? Esa aprehensión de todo lo cofrade como un vehículo para llegar a la fe a través de la emoción quizás esté desapareciendo en favor de una Semana Santa entendida como afición. Alguien dijo en cierta ocasión algo como que 'es tan bella la espera que no quiero que llegue, solo quiero verla llegar'. Esta hermosa reflexión que parece hecha a la medida de la cuaresma que acabamos de empezar puede que empiece a dejar de tener sentido. Y sí, debe ser verdad que en algún momento del camino nos hayamos equivocado...
El dibujo de Mafalda del gran dibujante Quino en este caso tomado del siguiente enlace